Nostalgia

He pasado toda la tarde contando los minutos, esperando el momento de ir a recoger la última moto que he comprado. Lo mejor es que estaba nervioso y claramente ilusionado: no había pensado en otra cosa desde que dos días atrás llegué a un acuerdo con el vendedor y fijé el momento de la recogida. De hecho es una sensación muy agradable por lo inusual; claro que tengo otras motos, alguna de ellas incluso mucho mejor que esta, pero es que esta es la moto de mi adolescencia, esa moto que estaba siempre ahí, dispuesta a llevarte a esa discoteca, esa piscina, ese instituto, ese lugar recóndito en el parque o más deprisa que tus amigos y que al final no quisiste te llevase a la universidad y que acabó vendida o regalada sin mostrar la más mínima queja. Y un día decides que tras estudiar varios años y trabajar otros tantos estás en condiciones de volver a tener una moto como la que abandonaste, es casi como quedarte donde estabas tras dar una vuelta de varios años, o sea: una tontería sentimental, siendo el sentimentalismo la justificación de la tontería.

Total, que busqué y busqué hasta dar con una exactamente igual que la mía salvo en el estado y el precio, que eran mucho peores, pero como sarna con gusto no pica engañé un poco a mi mujer en lo del dinero y la compré. La noche anterior no podía dormir de la cantidad de planes que tenía que hacer para la moto: primero restaurarla, pero sobre todo volver con ella a todos esos sitios que fueron habituales y buscar a alguno de los protagonistas de la época para enseñársela y ver su cara de estupefacción al ver que la moto había superado con éxito la prueba del tiempo y el olvido y allí estábamos de nuevo los dos, aunque sin pelo, dispuestos a lo que fuera. Y al final me dormí con una sensación cálida y acogedora, montado en mi moto calle abajo.

Subirla al remolque ha significado el volver a tocarla y ver de nuevo algunos recovecos ya olvidados y alguna rotura que también tuvo la mía, pero ante todo ha sido una sensación muy fuerte el saber que es mía, que es solo mía y de nadie más y que a partir de ahora podré disfrutar de ella más aún que antes, porque ya no tengo las distracciones que tenía antes y la moto es más que nada un elemento de diversión en sí mismo. Por cierto ¿será fácil encontrar el piloto? ¿Y el cubre cadena? Seguro que sí, este es un proyecto que no puede fallar, es ilusión pura y la ilusión es el mejor motor para llegar a puertos lejanos. Y verla por el retrovisor del coche siguiéndome fielmente también ha tenido su encanto, con ese movimiento que tienen las motos cuando van en el remolque a velocidades que no van a alcanzar nunca por sus propios medios, aunque el viaje se me haya hecho largo a consecuencia de la impaciencia por bajarla y guardarla en el garaje donde podré ver cómo evoluciona en los próximos meses.

No sé si os pasa a vosotros, pero yo he desarrollado una especial habilidad para subir y bajar motos del remolque yo solo, tras asumir no sin dolor que nadie en casa va a ayudarme, y si lo hacen es sin la ilusión que uno intenta transmitir por el hierro transportado. Así, cuando he llegado a casa he soltado las dos correas de atrás y me he sentado en la moto para aflojar las dos de adelante con la moto bien sujeta. Y no he podido resistirme a poner las manos en el manillar y los pies en las estriberas, momento en que he sentido las mismas sensaciones casi olvidadas de aquellos años, y tan fuerte que ni el roto del asiento o la falta del puño derecho han podido evitar que volviera a verme con las Ray-Ban de lágrima y el pelo largo dando gas por esas carreteras de Dios, camino de algún bar donde tomarme una caña a cinco pesetas con los amigos y amigas, sin más casco que el cráneo pero envuelta la cara con el aire que hace que el pitillo que me estoy fumando se vuelva tímido y esconda la brasa dentro del papel, y voy en manga corta porque es verano y no tengo miedo, no ya a caerme, sino a nada y así noche tras noche disfrutando del cielo y con suerte de algún beso robado cuyo sabor te dura hasta el día siguiente, ese que disfrazas ante los amigos porque ha sido algo más, o de las carreras piratas y de las preparaciones que le haces a la moto cuando caes en la cuenta que ninguna moto de las que venden corre lo suficiente aunque, eso si, gasta más ahora, pero aunque la gasolina está a diez pesetas no importa porque merece la pena, es casi como esas motos más grandes que llevan los mayores y  tú sabes que llevarás algún día, esas mismas que te adelantan algunas veces sin conseguir humillarte…

Y sientes que la tarde acaba y los tordos vuelven a los tejados, las luces se encienden y vas a cenar pronto porque la noche te espera llena de promesas que el motor de tu moto te susurra camino a casa. Pero la voz de tu hija te trae de golpe al presente, sin misericordia.

– Mamá, trae la escoba, que papá ha vuelto a quedarse colgado…

Y mientras piensas en el humor de los adolescentes allí arriba, en el remolque, recuerdas aquello de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor” aunque eso sí “a nuestro parecer”.

Y una mierda.